El futuro tiene menos chances de ser invadido por máquinas hostiles que por una indiferencia automatizada.

En 2025, cuando trabajás en selección, empezás cada semana filtrando una buena docena de mails, mensajes de voz y otros intentos de venta de proveedores de inteligencia artificial (IA).
Nos ofrecen de todo: algoritmos de preselección de candidaturas, soluciones de llamados automáticos de preclasificación, tests de personalidad online en lugar de entrevistas, o chatbots que responden a quienes postularon.
Leemos todo. Y rechazamos casi todo.
La razón no es el miedo a la tecnología.
Desde el primer pescador a mano limpia que no vio venir la revolución del arpón, muchas innovaciones tecnológicas destruyeron empleos.
Esa idea, en sí, la aceptamos. En OD somos educados y no del tipo que se sienta a una mesa de juego sin aceptar antes las reglas. Entendemos que la evolución tecnológica es una regla del juego de cualquier actividad económica.
Si rechazamos estas soluciones no es por nostalgia, sino porque vemos lo que rompen, tanto en nuestros clientes como en los candidatos. Acá te lo explicamos.
La innovación de la IA se parece bastante a una receta vieja con un envase nuevo
La IA es el futuro, la IA es mañana, la IA es innovación.
Y, sin embargo, la promesa de la mayoría —de la enorme mayoría— de las soluciones de inteligencia artificial aplicadas a la selección se reduce a un argumento bastante rancio:
“Si vos reemplazar humanos por máquinas, vos ganar más plata.”
¿Qué tienen en común los algoritmos de preselección, los llamados automáticos, los tests de personalidad online o los chatbots para responder a quienes postularon?
La misma propuesta de siempre: reemplazar tiempo humano por máquina.
En términos de innovación, estamos más cerca del cost killing industrial de los años 90.
Y peor aún: como nada es gratis, lo que en realidad te ofrecen es cambiar un ahorro financiero inmediato por una pérdida duradera de comprensión en la decisión de selección.
Entendés menos por qué vas a recomendar a tal o cual candidato. Cediste ese entendimiento a una máquina.
Y esa pérdida se paga tres veces: por el cliente, por la pérdida de nobleza del oficio y, sobre todo, por las y los postulantes.
Una selección deshumanizada termina en una integración imposible
Las renuncias están mucho más vinculadas a problemas de integración que a problemas de competencias técnicas.
Dicho así suena a intuición o “olfato”, por eso vale aclarar que es un dato ampliamente documentado por la Universidad de Washington, el Institute of Labor Economics, la Harvard Business Review o, en Francia, el INSEE y la DARES.
En selección hay un trabajo invisible, discreto, pero absolutamente determinante: comprender cómo la persona buscada va a integrarse en la cultura de trabajo de la organización.
Nunca es una operación puramente técnica. Es una mezcla de explícito y de no dicho, de formulaciones difusas, de reacciones que dicen más que los briefs, de esos momentos en los que entendés que “autónomo” o “riguroso” no significan lo mismo en todos lados.
Y esa comprensión no la tenés al inicio. Se construye. Se revela en las primeras selecciones, en los feedbacks dudosos o contundentes del cliente. Ahí aparece la verdadera cultura profesional: la que no está ni en la descripción del puesto ni en la página de “Trabajá con nosotros”.
Cuando dejás que una IA tome decisiones estructurales, no perdés solo tiempo humano: perdés la lógica detrás de tus recomendaciones. Perdés esa pequeña cartografía que te permite explicar, ajustar, sentir cuándo un perfil realmente va a integrarse.
Sin esa comprensión fina, la interacción pierde firmeza, y te perdés lo que define si alguien se queda… o se va a los tres meses.
La segunda razón es más egoísta: tiene que ver con lo que hace hermoso al oficio de reclutador.
La IA aspira lo que hace apasionante a la selección
Se cree que los trabajos desaparecen cuando las máquinas los reemplazan. En realidad, desaparecen cuando les quitan su sustancia.
¿Qué tienen en común un asesor bancario que pregunta a la máquina si puede otorgar un crédito, un agente de boletería que depende de un algoritmo o un cajero que supervisa máquinas automáticas?
Todavía tienen un trabajo… pero cada vez menos un oficio.
Ese es el riesgo real de la IA. No necesariamente elimina el puesto: vacía el sentido del trabajo.
En selección, la nobleza no está en filtrar CV.
Está en el análisis, la sutileza, la detección del potencial, en ese “mmm, este lo voy a releer”, o en entender un recorrido porque te proyectás en él.
Si todo se reduce a validar decisiones opacas de una máquina, ya no hacemos selección. Hacemos control de calidad de chatbots de RRHH.
El algoritmo no solo amenaza los puestos: está aspirando lo más humano y estimulante de nuestras profesiones.
Pero el riesgo más grande, el que es verdaderamente social, es el último…
Selección automatizada: la fabricación de un nuevo monstruo
Una selección humana puede ser injusta. Suele serlo, porque alguien puede tener todo para el puesto y perder frente a otra persona que encaja un poco mejor. Y los criterios que los diferencian tienen siempre algo de subjetivo, porque —ya lo dijimos— se trata de apostar a un futuro encaje mutuo.
Pero sigue siendo un intercambio humano. En OD, como informamos a todo el mundo al cierre de cada misión, recibimos muchos mensajes que nos critican, nos cuestionan, piden explicaciones. Respondemos, dialogamos. Muchos siguen decepcionados, sí, pero decepcionados por otro ser humano, entre pares.
La era de la selección automatizada está creando una nueva forma de sufrimiento: saber que no fuiste considerado digno de unos minutos de otro ser humano.
Ese es el punto común entre los algoritmos de selección, los tests online y los chatbots de respuesta: no human needed.
Y hay que desconocer por completo cómo funciona un modelo económico para creer que la mayoría de los consultores tendrá tiempo de releer todo “por las dudas” sin obligación contractual alguna.
Todavía no sabemos qué consecuencias traerá esta expansión de la automatización.
¿Qué va a cambiar, en los próximos meses y años, en nuestra relación con el otro?
¡Volvamos a la humanidad!
Si mencionamos Terminator al inicio, es porque esa película nos vendió una versión demasiado épica de la supervivencia frente a una IA hostil.
Sarah Connor vivió una odisea: corridas, moto sin casco, pelos al viento… lanzacohetes, escondites en moteles, romance y plan de familia.
Mortífero, sí, pero vivo.
Era la vieja escuela:
Sabíamos contra qué pelear: una máquina ruidosa, peligrosa, visible.
Podías correr, resistir, sobrevivir.
Hoy, en selección, el monstruo es invisible:
No tiene mirada, ni voz, ni intención.
No persigue a nadie: ignora.
Y esa indiferencia es menos espectacular que cualquier robot cinematográfico.
Es silenciosa, íntima, profundamente humana.
Es ese minuto en el que entendés que nadie miró tu CV.
Ese segundo en el que caés en la cuenta de que ninguna frase de tu carta de motivación fue leída.
Un golpecito en el estómago:
“Ni siquiera valí unos segundos de atención humana.”
Ese es el verdadero costo de la IA en selección.
No la tecnología.
No la eficiencia.
No la productividad.
La falta de regulación en Francia (la esperanza viene más del lado de la UE y del AI Act 🙏) crea un riesgo social enorme. Porque para la nueva generación, que solo habrá conocido esto… después va a ser difícil pedirles que “hagan sociedad”.
Por eso ciertas prácticas deben protegerse.
Hay que poner límites. No contra la IA, sino para las personas.
Nosotros, en nuestra escala, como ya habrán entendido, vamos a seguir rechazando las IAs de selección y de respuesta.
(Y si quieren un artículo sobre las IAs que sí creemos que pueden mejorar la selección, avísennos por acá).
Y además, de forma más global, estamos trabajando en una iniciativa exigente, verificable y sincera, que diga algo simple: en selección, un gesto humano no es un lujo. Es lo que evita que alguien, en algún lugar, se sienta borrado.
Estamos todavía en etapa de producción, buscando inversores y todo eso, así que no podemos contar mucho más (acá pueden dejar su mail para seguir las novedades). Pero si ya arrancamos este artículo con una peli de los 80, mejor terminarlo con un buen cliffhanger.
